lunes, 21 de noviembre de 1994

A Chiquito de la Calzada


¿Se da usted cuen, don Gregorio? Toda la vida persiguiendo los garbanzos de uno en uno, rodando por tablaos de mala muerte hecho un fístro y con más agujeros en el diodeno que la ventana de un chérif. Sesenta años que se le retratan a usted en la cara, doce lustros andaluces y flamencos palma va y palma viene, con el gaznate hecho polvo por los trasnoches y el Machaquito, buscándose la vida a cuatro duros. Y ahora resulta que basta un rato en la tele para que la gente le pida autógrafos, y le den palmaditas en la espalda, y Pepita, que es una santa por haberle aguantado a usted, pecador de la pradera, treinta y seis tacos de almanaque haciendo juegos malabares con la cartilla de ahorros, ya no tiene que andar preocupándose de qué echarle al puchero.

Cuánto me alegro, maestro. Sobre todo porque, como dice la copla, al arriba firmante lo que más le alegra es comer jamón serrano de pata negra y oír a un flamenco contar un chiste. Contarlo además como Dios manda, o sea, dándole a uno igual el chiste que sea, y atento a la manera, que es donde está el duende, por la gloria de mi madre; como una vez que oí a Paco Gandía, que es un monstruo, comprándole un periódico a Curro el de la Campana en la esquina de Sierpes, en Sevilla, y tuve que sentarme en la confitería para no caerme al suelo de risa. Mi mujer, que es rubia y de Huesca, dice que no le ve a usted la gracia. Pero ya sabe usted, don Gregorio, que en España los chistes según y cómo. De Despeñaperros arriba, la historia necesita gracia. De Despeña-perros abajo, el chiste nos da igual. La guasa está en quién y en cómo lo cuenta' Y cuanto más largo, mehó.

Pero me desvío del tema. Lo que quería decirle es que el otro día, mientras me contaba usted el del mono que le endiña el diodeno vaginal al león, o sea, yo le miré los ojos y me encontré de pronto allá, al fondo, toda la tristeza lúcida y resabiada de quien ha hecho muchas palmas y ha cantado muchas coplas mientras la vida le daba, por lo bajini, más cornás que un Vitorino loco. De pronto -y disculpe, maestro, si me meto en lo que no me importa- me pareció verle en las arrugas del careto, en las patillas y el pelo en caracolillo tras la oreja, en esos ojos tranquilos y zumbones, mucha cátedra de la vida y de la puñetera condición humana. De esa que tienen los viejos flamencos; la que nadie, le cuenta a uno sino que se aprende palmo a palmo, noche a noche mirando la vida desde el tablao, entre guitarristas y bailaoras de faralaes llenos de zurcidos, alegrándole la noche de sangría barata a rebaños de guiris que ni entienden lo que se les canta ni se les baila, ni maldito lo que les importa, o a señoritos de fino La Ina y pameses, bautizo en el cortijo, boda, despedida de soltero, cuéntanos otro, Chiquito. Esa mariquita que va por la calle. Ja, ja. Etcétera.

Por eso me alegro tanto de lo suyo, don Gregorio. Aparte de haber enriquecido con un par de nuevas palabras el lenguaje de los españoles -más de lo que han hecho en su vida muchos ilustres escritores y académicos-, es bueno que de vez en cuando aquí triunfe alguien que merezca la pena, no por lo que cuenta, sino por lo que es y lleva a cuestas en su vieja y abollada maleta. En este país donde el éxito suele ir ligado a niñatos canta-mañanas que nacen de pie, a demagogos de lágrima fácil o a tiburones de moqueta, compadre y pelotazo, usted, merced al único golpe de suerte de su vida, se lo acaba de montar a puro huevo, y eso tiene mucho mérito y nunca estará del todo pagao. Porque la gente no sabe que un flamenco contando un chiste es lo más trágico del mundo, y de ese desgarro es, precisamente, de donde sale la gracia. A ver si no, de qué. A ver cómo sobrevive uno en esta casa de putas si se lo toma, encima, por la tremenda.

En cuanto a lo que el diodeno dé de sí, bueno estará y usted lo sabe. Hay gente que sale en la tele y cree, ¿verdad?, que lo de firmar autógrafos y lo de muy bueno lo tuyo es algo que dura toda la vida. Parece mentira, pero en este país donde a uno lo aplauden y al día siguiente lo apuñalan con idéntico entusiasmo, menudean fistros con menos futuro que un espía sordo, de esos que creen que el triunfo llega y no se va nunca. Pero a usted, don Gregorio, no hay más que mirarle la cara. Usted tiene más mili que el cabo Tres Forcas, y nadie tiene que contarle de qué está hecho el éxito. Sobre todo el éxito de la tele, que suele actuar como un macró con las lumis: las pone al punto en las mejores esquinas y luego, cuando están quemadas y hechas polvo, las cede a los compadres de los puticlubs, a precio de saldo.

Así que Dios lo bendiga, maestro. Y que le dure.

20 de noviembre de 1994

4 comentarios:

Chiquito de la Calzada dijo...

Precioso artículo a Don Gregorio, esperemos que se le rinda en medios el homenaje que merece Chiquito

Unknown dijo...

Y hoy por desgracia nos deja, pero se va dejándonos su recuerdo, su arte, su legado. Te echaremos de menos.

ElTioDeLaTecla dijo...

«Se da usted cuen, don Gregorio?»

Recuerdo haber leído este artículo cuando se publicó en 'El Semanal' y estoy seguro de que no faltaba el signo de interrogación inicial ("¿"), error que suelen cometer los analfabestias de la LOGSE hasta cuando transcriben un texto de otro autor.

pedro gpinto dijo...

Va a cumplir este artículo 23 años, don Arturo, y ha cobrado una actualidad desmesurada.

Resulta que Gregorio, o sea Chiquito, ha palmao más solo que el cabo Noval al que su antagonista el perro inglés ha ensalzado en su última novela 'Berta Isla'. Fue hermosa la historia de este héroe aunque muy pocos la conozcamos. Ahora todos descubren al gran humorista que no era, sino solo ese flamenquito que contaba chistes con una gracia que no se pué aguantá y que usted tan bien ha retratado. Era tan buena persona que seguro que agradece estas pamemas necrológicas y perdona la soledad de sus días y sus larguísimas noches en el hospital.

Aunque sea con 23 años de retraso le agradezco yo ese perfil tan serio y veraz que le ha dibujado. Porque yo sí conocí ese barrio de la Calzada, a este lado pobre de Málaga cuando aquello era cuna de lo más tirado.

Le saludo afectuosamente.