domingo, 14 de mayo de 1995

Los artistas del spray


Un día palmaré en la carretera. Esta vez no pienso echarle la culpa a nadie, porque tenemos unas carreteras y unas autovías excelentes. Lo malo es que lo que ganas en seguridad lo pierdes en aburrimiento. O por lo menos a mí me pasa. Será cosa de los años y el metabolismo, pero la facilidad en la conducción implica menos necesidad de maniobra, la atención se relaja y entra el sueño, y ya ni soy capaz de advertir los coches de afotos de Picolandia que hace unos días, por fin, me cazaron de marrón total (20 km/h de exceso, a un talego el km= 20.000). Así que para retrasar el fatal desenlace, el arriba fimante recurre a dos tácticas de supervivencia: paro a echar un sueño y/o tomar un café, o me distraigo leyendo las chorradas escritas en los carteles indicadores del MOPT.

No me refiero al texto oficial, por supuesto. Nada tengo que objetar a que se me advierta de que estoy a ciento veinte kilómetros de San Roque o entrando en Las Pedroñeras, capital del ajo manchego y universal. Todo eso es útil y necesario. Lo que me revienta son los rotulistas espontáneos, empeñados en utilizar esa señalización rutera para reivindicaciones y mensajes propios. Porque viajar en automóvil por España es hacer un recorrido increíble por un museo nacional de la estupidez a base de spray, pintura y rotulador.

Echen un vistazo, si no. Uno lleva cincuenta kilómetros, verbigracia, preguntándose cuánto le queda para, no sé, San Serenín de la Sierra, y cuando por fin pasa ante un cartel indicador, la cosa es ilegible porque un capullo partidario de la inmersión lingüística del andaluz ha pintado encima Zan Zerenín de la Zierra. O en vez de kilómetros ha puesto la distancia en leguas, o millas náuticas. O ha escrito que don Cosme es un ladrón y un corrupto, cosa que puede ser muy cierta en el pueblo del tal don Cosme; pero que a mí, que voy de Madrid a Reus, me importa un carajo.

Muchas de esas reivindicaciones o consignas resultan, no lo dudo, legítimas. E imagino que, planteadas en los lugares apropiados, despertarían sin duda mi solidaridad, en vez del estado de cabreo en que me sumen cada vez que me saltan a la cara. Una pintada en un monumento, en un edificio o en un lugar de utilidad pública siempre es detestable porque afea las cosas, y se borra mal, y da una impresión de desaliño y suciedad muy poco agradable. Y además -esto ya es opinión más personal, pero la comparto conmigo mismo- creo que no sirve para nada. Pero si además destruye el servicio original del soporte sobre el que se escribe, carteles indicadores de carreteras nacionales que utilizan los ciudadanos tras haberlas pagado, y muy caras, con el dinero de sus impuestos, la cosa ya entra en el terreno de la agresión directa. Así que los del spray podrían guardárselo donde les quepa, Y creo sospechar exactamente dónde les cabe.

El otro día, sin ir más lejos, viajé de Cartagena a Orense, por carretera. Y el viaje se convirtió en una sucesión alucinante de tachones, pintadas, burdas modificaciones y hasta insultos en los carteles indicadores. Un tal FRC, o algo así, pretende declararle la guerra a Murcia. Por La Mancha hay de todo, incluidos mensajes de los quintos del 93 y la abyecta afirmación de que una tal Isabel es ligera de cascos. En otro tramo, los vecinos de un pueblecito cercano deciden incorporar el nombre de su localidad al cartel de la autovía bajo los de Valladolid y La Coruña, a la que por otra parte un integrista riguroso convierte en A Coruña tachando la L con un borrón negro enorme, aunque el cartel está en Arévalo. En el límite entre Castilla y León, grandes chorreones de pintura roja sobre la palabra Castilla. Más arriba, áspera división de opiniones entre Bierzo gallego o Bierzo leonés. Un poco más lejos han sustituido con enormes y burdas X todas las jotas de un cartel que informa al turista (que no suele ser nativo de Galicia) sobre el carácter monumental de Monforte. Y de postre, durante ciento y pico kilómetros, alguien parece muy interesado en nacionalizar lingüísticamente los avisos de peligro por hielo; con objeto, imagino, de que todos los que no leemos gallego nos rompamos los cuernos al tomar las curvas.

Hay gente que se pasa mucho, tanto en A Coruña, como en Gasteiz, Truxillo, Garnata y Lleida. Uno comprende que, en los tiempos que corren, y con tanto cacique local sacando partido del río revuelto y subiéndose a los trenes baratos, el tenue paso que va del honesto nacionalismo a la gilipollez galopante resulta difuso, y fácil de franquear. Pero no hay que mezclar las ovejas churras con las merinas. A mí déjenme conducir tranquilo.

14 de mayo de 1995

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