domingo, 14 de enero de 1996

A comerse el marrón


Me pregunto qué habrá sido de aquel profesor de Religión, a quien el obispado de Cartagena decidió no renovarle el contrato por haber contraído matrimonio civil, con una mujer divorciada. Ignoro cómo pudo terminar la cosa, aunque espero de corazón que mi paisano haya encontrado a estas alturas un trabajo mejor y más remunerado. Y, ya metidos en gastos, deseo también que el asunto matrimonial que le costó el puesto laboral vaya, al menos, sobre ruedas. Que ella sea la mujer de su vida y todo eso. Porque si encima resulta que no, es para ponerse ante un espejo y averiguar cómo se dice gilipollas en arameo. Pero estoy seguro de que todo va bien. Cuando un profesor de Religión da semejante paso y se juega los garbanzos, es como cuando un páter cuelga la sotana o una lumi decide hacerse honesta: lo tienen muy claro.

En cuanto a la decisión episcopal, reconozco que es una faena como el sombrero de un picador. Pero -y que me perdone el profesor- si al César damos lo que es del César, a la Iglesia no puede negársele, en este caso, una estricta y justa lógica. Después de todo, el Obispado en cuestión se abstuvo de formular juicios morales o éticos sobre la decisión de matrimoniar con una dama divorciada; pero matizó que el acto incapacitaba al profesor para seguir impartiendo enseñanza específica de Religión y Moral Católicas, que hasta entonces daba en nombre de la Iglesia y de acuerdo con su doctrina. Me dirán ustedes que sí, que vale, que me alegro, pero que Rocío Jurado, sin ir más lejos, se casó por segunda vez y de blanco, y no precisamente virgen, y ahí la tienen, comulgando cada domingo y de tú a tú con la Blanca Paloma que no se puede aguantar -o ésa es Isabel Pantoja, que igual me estoy liando-. Lo que pretendo decirles es que la Santa Madre Iglesia, cuando se la pone en suerte y hay oportuna viruta de por medio, no tiene el menor empacho en mirar hacia otra parte y sacarse de la manga hímenes sin estrenar, y justificaciones y anulaciones a punta de pala. Y que si la flamante consorte del profesor de Religión hubiera disuelto el vínculo previo pagándole la mordida correspondiente al tribunal de la Rota, o al de las Aguas, o cómo se llame el que se ocupa de recomponer inmaculaciones católicas, aquí no habría pasado nada y el marido seguiría explicándoles a sus alumnos cuáles son las virtudes teologales como si tal cosa.

Ahora bien, igual que digo lo uno digo lo otro. Una vez chafado el pastel, el profesor de Religión tiene que comerse su marrón como un hombre que se viste por los pies. Cada uno debe apechugar con lo que hace; y precisamente un especialista en cuestiones religiosas y eclesiales, como se supone es quien se dedica al oficio, debe conocer mejor que nadie los riesgos y contradicciones del asunto. A fin de cuentas, que un profesor de Religión y Moral Católicas se case por lo civil con una divorciada es, salvando las distancias y desde un punto de vista estrictamente canónico, como si Javier de la Rosa diera lecciones de Ética Financiera, mi ex ministro favorito Javier Solana las diese de Coraje Diplomático-Militar, o el presidente González pretendiera jubilarse en el año 2024 como catedrático de Moral Política en la Universidad de Navarra. Que igual sí.

De modo que no tengo más remedio que pedirle excusas al defenestrado profesor, pero en el hipotético caso de que el arriba firmante fuese arzobispo (coyuntura harto improbable por otra parte, pese a los esfuerzos, oraciones y novenas de mi madre, que es una optimista nata y aún espera una vocación tardía o algo así), mucho me temo que, no sin extremo dolor pastoral, habría obrado como el titular de la sede cartaginense. No están los tiempos para ir a vela y a vapor en la nave de Pedro, y menos en esta época de tanto sí, pero no, pero todo lo contrario; cuando todo el mundo milita en la más descarada ambigüedad, y ni los curas se visten de curas, ni las furcias de furcias, o viceversa, ni los políticos se mojan el culo, y ahora resulta que lo del GAL sólo lo sabía el Gobierno y los demás estaban en la higuera, y resulta que antiguamente hubo -con un par de huevos- reyes de Cataluña, y que todos los opresores hijos de puta vivimos al sur del Ebro. Y que lo primero que en este país te dice cualquiera es yo no quería, que me obligaron, o no vayan ustedes a pensar que, o vale, que sí, eres maravilloso, tío, igualito que Kevin Costner; pero hazme el favor de ponerte un condón.

Así que lo siento por mi paisano, pero yo también lo hubiera puesto de patitas en la calle, aunque sólo fuese por cuestión de coherencia. Ya hay demasiada gente en misa y repicando.

14 de enero de 1996

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