lunes, 19 de febrero de 1996

Duelo en O.K. Corral


Estoy seguro de que John Ford habría disfrutado con la película. La imagino en blanco y negro, por supuesto, y un amanecer -4 de marzo de 1996- con el viento llevándose las nubes hacia el oeste y trayendo papeletas de voto arrugadas hasta las botas de Alfonso Guerra apoyado en la cerca del O.K. Corral, revólver al cinto, liando un cigarrillo con los ojos clavados en la puerta del Saloon. Y dentro del local, al otro lado de la calle, rodeado de cadáveres de ciudadanos a quienes los pistoleros de su banda han ido matando por la espalda para que él tenga siempre poker de ases, Felipe González, vestido de tahúr, recoge precipitadamente las fichas de la mesa, con las cartas marcadas cayéndosele de las mangas donde esconde, nervioso, una pequeña Derringer cromada y con cachas de nácar.

Afuera suena Degüello, esa música de trompeta que los mejicanos le tocaban a los téjanos en el Álamo, y los malos a John Wayne, Dean Martin y Walter Brennan en Río Bravo. Al oírla, a Felipe se le atraganta el vaso de whisky. Se seca la boca con un pañuelo, igual que Víctor Mature en Pasión de los fuertes, o Kirk Douglas en Duelo de titanes. La chica del saloon -que ha puesto el local con los beneficios obtenidos como directora general del B.O.E. de Tombstone- levanta los visillos para echar un vistazo por la ventana. -Viene a por ti- dice.
Felipe termina de guardarse las fichas y comprueba que la Derringer está cargada.

- Constato que no me afecta.
- Dejaste que ahorcaran a su hermano -insiste la otra-, Y que casi lo lincharan a él.
- Yo no sabía nada. Me enteré por los periódicos.
- Eres un hijo de perra.

Felipe enarca una ceja y, en flash back, recuerda a todos sus amigos y pistoleros a los que ha ido sacrificando para salvar el pellejo. -Sí -dice-. Pero soy un hijo de perra vivo.

En la calle no se ve ni un alma. Los habitantes del pueblo andan encerrados en sus casas mirando por las rendijas de los postigos, y los sicarios de Felipe que no están muertos o en la cárcel de Yuma -Algarrobo, el sheriff Barry y unos doscientos más- han puesto tierra de por medio o se han ido al rancho del otro a pedir cuartelillo: nosotros no queríamos, nos engañó, etcétera. Lo de siempre. Apoyado en la cerca, Alfonso le da una última chupada al cigarrillo, comprueba el Colt, coge el rifle y echa a andar con ruido de espuelas por el centro de la calle. Ahora lo que suena es la canción de El árbol del ahorcado.

En la puerta del Saloon, Felipe se asoma cauteloso. Primer plano de las ojeras, la papada y la cara de fulano bien cebado que se le ha puesto de tanto mangonear en el pueblo. La chica le echa los brazos al cuello, pero él la aparta, pendiente de la calle.

-Miénteme como en estos últimos trece años le has mentido a todo Tombstone -suplica ella-, Dime que no puedes vivir sin mí.
-No puedo vivir sin ti. -Sigue mintiendo. Di que me necesitas. -Te necesito. -Di que me amas. -Que sí, cono. Que te amo.

Felipe empuja los batientes de la puerta y sale a la calle. Plano general de los dos hombres acercándose el uno al otro. Plano de las botas caminando. Plano de los caretos: crispado y sudoroso, Felipe; hosco y vengador, Alfonso. Sendos planos de la mano de Felipe sacando la Derringer con disimulo, y de las manos de Alfonso, una cerca del revólver y otra con el dedo en el gatillo del Winchester. Se paran a diez metros. Se para la música. Se para todo. -Aún podemos arreglarlo -dice Felipe. -¿Arreglarlo?.. Mataste a mienmano. Me entregaste a mí. Te vendiste al ferrocarril.

Levantando una mano, conciliador, fingiendo que busca el pañuelo para secarse el sudor, Felipe saca la Derringer y dispara a cámara lenta, como James Coburn en Pat Garrett y Billy the Kid. Pero falla, porque la munición proviene de una partida defectuosa que compró Roldan en Camerún para la Guardia Civil. Entonces Alfonso apunta el rifle. -Sin acritú -dice. Y le vuela los huevos.

18 de febrero de 1996

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