domingo, 7 de julio de 1996

Nuestra diplomacia habla francés

Tampoco es que uno esperara que la derecha, o el centro-derecha, o como carajo se llame el invento, sacase al Cid de la tumba y lo pusiera a cabalgar en plan Santiago y Cierra España; pero después del lamentable espectáculo internacional de los doce años de honradez, y de la imagen de país bananero de pistoleros y mangantes que Felipe González Márquez y sus palmeros finos dejaron al irse, el arriba firmante albergaba la esperanza de que toda esta otra gente, que lleva décadas llenándose la boca con la patria, y con España, y con la honra de su niña y el rosario de su madre, hiciera el milagro, al menos en lo formal, de que el suprascrito deje de avergonzarse cuando viaja por ahí y le piden el pasaporte.

Ya saben los lectores de El Semanal que uno es muy primitivo, y carezco de la ecuanimidad británica de mi vecino de página, el inglés que después de la batalla piensa en ti. A algunos, quizá porque nacimos junto a un mar lúcido, viejo y sabio, nos traen sin cuidado los grandes trompetazos, banderas y principios, pero no logramos librarnos de adjetivar la vergüenza torera en las maneras, igual que otros la fundamentan, dicen, en el himen de su hija, en la bisectriz de la legítima, o en la pasta ganada o por ganar. Es más, tengo la impresión de que, cuando todo se va al carajo, lo único que queda donde agarrarse, el único consuelo y la única certeza, reside en las maneras y en un mundo donde hace tiempo que todas las verdades se escriben con minúscula, lo de menos es que esas maneras estén equivocadas, o no. Durante siglos, en este país desgraciado que llamamos España, eso era lo único que buena parte de nuestros padres pudieron dejar como herencia a sus hijos. Ahora ya no les dejamos ni eso.

Acaba de escribirme un amigo cubano, contándome con detalle los efectos de la espectacular bajada de calzones que nuestra diplomacia de nuevo cuño acaba de protagonizar con el acatamiento de la ley norteamericana Helms-Burton, que como saben ustedes supone otra vuelta más al garrote vil que los gringos y el grupo de presión cubano de Miami le tienen puesto en torno al cuello, no a Fidel Castro -el comandante no ha pasado hambre ni un sólo día desde que bajó de la Sierra Maestra- sino a la pobre gente que vive, languidece y muere en Cuba. O sea. Los Estados Unidos, que negocian con quien les sale de las barras y las estrellas, que mantienen el bloqueo a Iraq para que éste no sea competencia en el mercado petrolero, pero conservan en el poder al útil Saddam Hussein. Esos mismos Estados Unidos que negocian sin reparos con Vietnam y con China, y sostienen a los golfos millonarios que prohíben el alcohol y no dejan conducir a las mujeres y le cortan la mano a los ladrones, pero luego se hacen traer las putas rubias y el champaña francés en aviones especiales para sus juergas privadas. Estados Unidos, repito, se reserva el derecho de sancionar la política exterior y comercial de terceros países con una ley interesada, injusta y miserable, que a Fidel Castro se la trae completamente floja pero que al pueblo cubano, gente que habla castellano y que se llama Sánchez, Uriarte, Feito, Feliú o Martínez, le está haciendo bien la puñeta. Eso, con el objetivo de que salte el sistema, y luego poder llenar la isla de casinos, y de especuladores, y de mafias de Miami y Las Vegas que rentabilicen mejor a las jineteras que ahora se lo hacen a su aire, por libre, para poder comer.

Cuanta mierda. Ni el general Franco, tiene delito la cosa, que era anticomunista furibundo, aceptó nunca bloquear a Cuba. Esa isla sigue siendo un trozo de España, o de su memoria; y en semejante materia, el invicto opinaba que antes se es español que de derechas. Cómo lo ven Y ahora, resulta que nuestra diplomacia exterior, la de don José María Aznar y don Abel Matutes y todos sus brillantes politólogos de la gomina, asume la ley Helms-Burton y lo que le echen, con unas sonrisas que se empiezan a parecer mucho, sospechosamente, a las del eficaz Javier Solana en sus mejores días de tragárselo todo. Será que hay ministerios que imprimen carácter. No sé cómo llamarán a eso los prohombres de la nueva derecha, o el centroderecha, o como se diga; porque con esto de las nomenclaturas todavía sigo sin aclararme mucho. Pero a lo que acaban de hacerle a la Administración Clinton, antes se le llamaba hacer un francés.

7 de julio de 1996

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