domingo, 21 de abril de 1996

Oh, Calcuta


Creo haberles contado alguna vez que el arriba firmante es asiduo lector de la prensa del corazón. Con un par. Cada mañana, en el desayuno, sigo de cerca los avatares del mundo de la fama y la farándula mientras me calzo una naranjada y un Colacao con Crispis o galletas María. También es cierto que sólo dedico al asunto ese momento de la jornada: pero fíjense cómo será lo mío, que cuando estoy de viaje me guardan las revistas atrasadas, y hay mañanas en que voy a toda candela, pasando páginas como un loco para ponerme al tanto. Está feo que yo lo diga, pero soy un experto. A estas alturas, Isabel Preysler, Paquirrín, Marta Chavarri, Rociíto y su picoleto, Ana Obregón y su golfeador, no tienen secretos para mí. Y soy capaz de precisar con escaso margen de error si el vestido de Elio Bernhayer que lucía Pirita Ridruejo en el rastrillo anual de la Asociación de Matronas Caritativas es el mismo que llevó el año pasado en la gala contra el cáncer, o si a uno de los borregos de la finca rústica de Carmen Martínez Bordiú lo han esquilado desde la última portada del Semana.

Soy pues una autoridad en la materia a la hora de negar cierta acusación que con frecuencia se hace a este tipo de publicaciones: la frivolidad. Puestos a hilar muy fino, les concedo a ustedes que el hecho de que Catherine Fullop se haya puesto silicona en las tetas puede no ser algo demasiado relevante excepto para el afortunado mortal que se las trajine, y dudo que las íntimas y apesadumbradas sensaciones que experimenta Julián Contreras tras la ruptura de Carmen Ordóñez con su último gañan sean de interés general. O que a Ángel Cristo lo deje Bárbara Rey, le crezcan los enanos del circo y se pegue un leñazo al darse con un trapecio y, como su propio nombre indica, esté hecho un eccehomo. O sea, que en la poca trascendencia de todo eso estamos de acuerdo. Pero convendrán conmigo en que reportajes como el que hace poco traía el ¡Hola! en portada nueve páginas a color elevan el género a otras alturas de dignidad y poderío que te rilas, Domitila. Me refiero al de la joven y bella actriz Penélope Cruz con la madre Teresa de Calcuta. Confieso que uno, curtido por una vida bronca, tiene algo atrofiado el lacrimal. Sin embargo, cuando leí el titular y los sumarlos («La actriz, que vive un momento de fuerte espiritualidad, trabajó junto a la madre Teresa como voluntaria, cuidando niños, enfermos y ancianos abandonados») empecé a pasar páginas conmovido, con un nudo en la garganta. Había fotos de la chica abrazada a un par de parias, dándole el biberón a un huerfanito, alimentando a una anciana desvalida, enjabonando a un niñito desnudo, departiendo de tú a tú imagino que en fluido hindú con un par de mendigos cochambrosos. Las fotos eran realmente buenas, de extraordinaria calidad, y ella estaba en todas muy guapa: tanto que de no haber sido tomadas casualmente mientras asistía a pobres desgraciados en Calcuta, cualquier malpensado habría dicho que parecía maquillada para la ocasión, y que el peto pantalón con la etiqueta United Colors Of Benetton bien visible era algo más que una casual coincidencia. Pero no. Saltaba a la vista en su actitud abnegada, en cómo se dejaba fotografiar abrazada a dos indigentes en mitad de la calle, en la ternura con que un huerfanito le apoyaba la cabeza en ese apetitoso pecho que conocemos desde la película Jamón, jamón, que todo aquello era natural como la vida misma.

Da igual que la joven y bella actriz sólo estuviera una semana en Calcuta. Da igual, insisto, para cerrar la boca a cualquiera que vea en ese viaje otra cosa que el legado espiritual, la herencia tibetana que, sin duda, dejó en ella su ex novio, el ameno compositor budista Nacho Cano. Lo que cuenta realmente en todo esto, la lección filantrópica del reportaje publicado a todo color en las páginas centrales del ¡Hola!, es que el mundo está lleno de hermosas causas en las que dejarse las pestañas, y la salud, y la vida. Ojalá el ejemplo cunda y los famosos y los artistas y la madre que trajo a todos se den leches por acudir, prestos, en favor de todas las Calcutas que en el mundo han sido. Ojalá pronto podamos ver a Ana Obregón cuidando huerfanitos en Ruanda, a Isabel Pantoja cantándole alegres corridos a la pobre gente de Chiapas, a Isabel Preysler haciendo donación de un cargamento de bidets porcelanosados a los indios de la Amazonia, a Rappel elevando la moral de la mutualidad de muyahidines mutilados afganos, y a Roció Jurado bautizando a su futuro nieto en la catedral de Sarajevo.

Venid y vamos todos. A foto por barba, y maricón el último.

21 de abril de 1996

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