domingo, 15 de junio de 1997

Más papel; es la guerra

Pues nada. Que llega el domingo, y la noche anterior he amarrado junto al Tío Nico y frente al Pasión después de andar allá dentro tres o cuatro días peleándome con el lebeche, con más rizos en las velas que guardias civiles en la foto del Lute, sin leer un periódico, ni oir la radio, ni ver al padre Apeles en la tele ni ver la tele misma, osea, marciano total. Y aterrizo el domingo, como digo, y meto el octavo volumen del las aventuras del amigo Jack Aubrey y el Doctor Maturin en el cofre del tesoro -esta vez vuelven a navegar en la Surprise, y abordan una fragata turca-, y arrancho la camareta y también le doy un manguerazo a la cubierta. Y luego me lo doy, que llevo mugre y sal hasta en el DNI, y me afeito el careto donde, por cierto, cada vez tengo más canas en la barba. Y como la semana que viene me toca ganarme el jornal, quiero decir darle a la tecla doce horas diarias incluida esta página, después de desayunar un Colacao me voy al kiosko de mi amigo Navarro a ver si me pongo al día y me entero de si España sigue donde estaba, y quién trinca ahora, y que catorceavo nuevo cargo de responsabilidad acaban de adjudicarle a mi siempre entrañable don Javier Solana, alias Centinela de Occidente II.

Y empieza el número. Porque Navarro, que es un profesional concienzudo del papel impreso, se empeña en que solo me lleve ABC, El Mundo, El País, La Vanguardia y La Verdad, sino también las toneladas de colorín que cada domingo incluyen los antedichos. Y heme allí con una pinta increíble de dominguero ilustrado, que sólo me falta el chándal, por mitad de la calle con los brazos llenos de papel, kilos y kilos, preguntándome cuantas hectáreas de bosque habrán desforestado para amenizarme la cosa dominical. Y abro a ver el chiste de Forges y se me cae un folleto multicolor sobre las excelencias de no se qué 4x4. Y me agacho a cogerlo, y con el movimiento, además de las tapas para encuadernar la Historia Imprescindible de las Civilizaciones -esta semana le toca el turno a la apasionante cultura tolteca-, se me cae también, saliendo a traición de entre las páginas de los diarios, un fascículo sobre informática, una publicidad sobre adosados en Marbella, las ofertas de primavera del Corte Inglés y una invitación para hacerme socio de Albañiles sin Fronteras.

Me pongo a recogerlo todo, malhumorado; pues mientras que los libros los leo sentado, los periódicos prefiero ojearlos de pie en los semáforos antes de tirarlos a las papeleras -mis domingos son un rosario de papeleras atiborradas de papel y de Jóvenes Aunque Sobradamente Gilipollas, y no tan jóvenes, a punto de atropellarme con el 16 válvulas mientras hojeo-; y no hay nada más desagradable que abrir las páginas de un diario en mitad de un paso de peatones y que te caiga a los pies el quincuagésimonono -chúpate esa, Solana- de la guía de Internet para usuarios megatorpes.

Total. Que consigo recuperarlo todo menos el fascículo sobre informática, que ha caído encima de una cagada de perro y lo va a recuperar su padre. Y ahora es la entrega semanal de la Guía de Pequeños Burdeles con Encanto la que intenta despistárseme. Logro sujetarla con el codo y a punto de perder el control de la situación, corro a depositar mi carga en la mesa de un bar próximo. Allí pido un café y empiezo, que esa es otra, a quitar celofanes. Y cuando tengo ya kilo y medio de celofán hecho un gurruño encima de la mesa, llega el camarero con el café y lo aplasto bien -el celofán- en una pelota para que ocupe menos espacio, Pero el maldito, una vez apretado, tiene cierta ruin tendencia a expandirse de nuevo. De modo que, cuando voy a coger la taza de café, como en esas películas de la masa viscosa asesina, el celofán se ha vuelto a adueñar del cotarro; así que se me lía la mano con el puto celofán y tiro el café encima de la Guía Fabulosa de la España Salvaje, prologada por S.A.R. el Príncipe de Asturias. Lloro la sensible pérdida. Pido otro café. Me entero, por la Enciclopedia Fundamental del Siglo XXI, fascículo duodécimo -cómo lo ves, Centinela- de que Carlos Marx también era socialista, como ese don Felipe González que anda ahora por ahí hablando de ética. "Hay que joderse", dice el camarero, que está leyendo los fascículos por encima de mi hombro con el café en la bandeja. No me atrevo a preguntarle si se refiere a González, al despliegue dominical o al celofán maldito.

15 de junio de 1997

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