domingo, 19 de noviembre de 2000

Carta a María


Tienes catorce años y preguntas cosas para las que no tengo respuesta. Entre otras razones, porque nunca hay respuestas para todo. Y además, he pasado la vida echando la pota mientras oía a demasiados apóstoles de vía estrecha, visionarios y sinvergüenzas que decían tener la verdad sentada en el hombro. Yo sólo puedo escribirte que no hay varitas mágicas, ni ábrete sésamos. Esos son cuentos chinos. De lo que sí estoy seguro es de que no hay mejor vacuna que el conocimiento. Me refiero a la cultura, en el sentido amplio y generoso del término: no soluciona casi nada, pero ayuda a comprender, a asumir, sin caer en el embrutecimiento, o en la resignación. Con ello quiero sugerirte que leas, que viajes, y que mires.

Fíjate bien. Eres el último eslabón de una cadena maravillosa que tiene diez mil años de historia; de una cultura originalmente mediterránea que arranca de la Biblia, Egipto y la Grecia clásica, que luego se hace romana y fertiliza al occidente que hoy llamamos Europa. Una cultura que se mezcla con otras a medida que se extiende, que se impregna de Islam hasta florecer en la latinidad cristiana medieval y el Renacimiento, y luego viaja a América en naves españolas para retornar enriquecida por ese nuevo y vigoroso mestizaje, antes de volverse Ilustración, o fiesta de las ideas, y ochocentismo de revoluciones y esperanzas. O sea, que no naciste ayer.

Para conocerte, para comprender, lee al menos lo básico. Estudia la Mitología, y también a Homero, y a Virgilio, y las historias del mundo antiguo que sentó las bases políticas e intelectuales de éste. Conoce al menos el alfabeto griego y un vocabulario básico. Estudia latín si puedes, aunque sólo sea un año o dos, para tener la base, la madre, del universo en que te mueves. Da igual que te gusten las ciencias: ten presente —como siempre recuerda Pepe Perona, mi amigo el maestro de Gramática—, que Newton escribió en latín sus Principia Mathematica, y que hasta Descartes toda la ciencia europea se escribió en esa lengua. Debes hablar inglés y francés por lo menos, chapurrear un poco de italiano, y que el estudio del gallego, del euskera, del catalán, que tal vez sean tus hermosas y necesarias lenguas maternas, no te impida nunca dominar a la perfección ese eficaz y bellísimo instrumento al que aquí llamamos castellano y en todo el mundo, América incluida, conocen como español. Para ello, lee como mínimo a Quevedo y a Cervantes, échale un vistazo al teatro y la poesía del siglo de Oro, conoce a Moratín, que era madrileño, a Galdós, que era canario, a Valle-Inclán, que era gallego, a Pío Baroja, que era vasco. Rastrea sus textos y encontrarás etimologías, aportaciones de todas las lenguas españolas además de las clásicas y semíticas. Con algunos de ellos también aprenderás fácilmente Historia, y eso te llevará a Polibio, Herodoto, Suetonio, Tácito, Muntaner, Moncada, Bernal Díaz del Castillo, Gibbon, Menéndez Pidal, ElIiot, Fernández Álvarez, Kamen y a tantos otros. Ponlos a todos en buena compañía con Dante, Shakespeare, Voltaire, Dickens, Stendhal, Dostoievski, Tolstoi, Melville, Mann. No olvides el Nuevo Testamento, y recuerda que en el principio fue la Biblia, y que toda la historia de la Filosofía no es, en cierto modo, sino notas a pie de página a las obras de Platón y Aristóteles. Viaja, y hazlo con esos libros en la intención, en la memoria y en la mochila. Verás qué pocos fanatismos e ignorancias de pueblo y cabra de campanario sobreviven a una visita paciente a El Escorial, a una mañana en el museo del Prado, a un paseo por los barrios viejos de Sevilla, a una cerveza bajo el acueducto de Segovia. Llégate a la Costa de la Muerte y mira morir el sol como lo veían los antiguos celtas del Finis Terrae. Tapea en el casco viejo de San Sebastián mientras consideras la posibilidad de que parte del castellano pudo nacer del intento vasco por hablar latín. Observa desde las ruinas romanas de Tarragona el mar por el que vinieron las legiones y los dioses, intuye en Extremadura por qué sus hombres se fueron a conquistar América, sigue al Cid desde la catedral de Burgos a las murallas de Valencia, a los moriscos y sefardíes en su triste y dilatado exilio. En Granada, Córdoba, Melilla, convéncete de que el moro de la patera nunca será extranjero para ti. Y sitúa todo eso en un marco general, que también es tuyo, visitando el Coliseo de Roma, la catedral de Estrasburgo, Lisboa, el Vaticano, el monte San Michel. Tómate un café en Viena y en París, mira los museos de Londres, descubre una etimología almogávar en el bazar de Estambul o una palabra hispana en un restaurante de Nueva York, lee a Borges en la Recoleta de Buenos Aires, sube a las pirámides de Egipto y a las mejicanas de Teotihuacán. Si haces todo eso —o al menos sueñas con hacerlo—, conocerás la única patria que de verdad vale la pena.

19 de noviembre de 2000

8 comentarios:

Felipe dijo...

Con su permiso, la guardo para cuando mis hijas tengan esos 14 años. Me consideraría la persona más satisfecha del mundo con sólo el hecho de haber sabido transmitirles esas inquietudes. Gracias y Un Saludo.

Unknown dijo...

Gracias a unos años de bonanza económica, he podido cumplir con gran parte de lo que reflejas en tu escrito.
Inquietud, es lo que hay que demandar y fomentar en los jóvenes, ya que ellos, por desgracia, van a vivir peor que nosotros y van a tener menis oportunidades.
Enrique Santos

Tirs dijo...

Escrito en noviembre de 2000... Pensad que, en estos días, quizás ella ya tenga un hijo al que tal vez, en unos años, le leerá esta misma carta...

LOLY FERNANDEZ dijo...

PRECIOSO
GRACIAS

Bambi dijo...

Y para darle más horizontes a María, seguiría invitándole a que no pasara esta vida sin comprender cómo al Universo le ha tomado billones de años formarse, tan solo para que ella pudiése admirar un atardecer desde esa biodiversidad preciosa del Amazonas, a adentrarse por esas selvas exhuberantes y con matices de verdes tan variados que no alcanza el lenguaje para clasificar, a apreciar por qué la nieblina es tan densa dentro de las montaña que dibujan cada mañana la Gran Muralla China o a caminar para comprender por qué los techos de la Ciudad Prohibida en Pekín tienen esas ondas tan particulares. A explorar por la Cabo Cañaveral como lo hicieron nuestros primeros pioneros y comprender que este es el punto de partida hacia la Estación Espacial, el horizonte que espera a esa mente inquietante y que nos enviará -como una lanzadera- a conquistar y a ser esa luz con la que desearíamos iluminar el futuro...

Úrsula Marshmallow dijo...

Lo leí hace 21 años, cuando lo publicaste;
y ahora al releerlo se me ha erizado la piel como entonces.
Gracias Arturo x tus sabias palabras
No las he cumplido tod@s, no obstante, aún sueño con hacerlo

Anónimo dijo...

Me encanra este artículo, me conecta con la creatividad y el alma. Me hace recordar viajes realizados y otros con los que sueño emprender. Con tantos autores leídos y otros tantos por descubrir. Cuan hermosa es la cultura con mayúscula. Gracias Sr. Perez Reverte por compartir.

Labajos, Mj. dijo...

Maravilloso artículo, efectivamente no existen baritas mágicas ni hechizos solo el estudio y el trabajo diario nos convertirá es personas cultas, valientes y preparadas para enfrentarnos al mundo y a la vida con su bipolar faz de tragicomedia.
D. Arturo Pérez-Reverte, muchas gracias.
María Labajos