lunes, 23 de abril de 2001

Esas nuevas marujas


Marujas, o Maripilis, o como se llamen. Salía yo del bar de Lola y de pronto vi pasar un meteorito, zuaaaaas, y salté a la acera como quien busca el burladero delante de un Victorino. La muy perra, me dije. Estoy vivo de milagro Y hay que ver cómo cambian los tiempos y cambia la gente, y cambian ellas. Las miras y no las conoces, colega. Hasta hace nada, ayer mismo, enternecía verlas al volante de su Ibiza o su R-5 con la L de novata en el cristal trasero, a su marcha y ojo avizor, prudentes y por el carril correcto, dándole al intermitente cada vez que iban a realizar una maniobra. Hasta ponían ese mismo intermitente a la izquierda cuando adelantaban a un ciclista -algo, por cierto, que antes hacía todo cristo, y que ahora no hacen ni los picoletos de la Guardia Civil-. Por lo general, ellas solían ser más seguras y prudentes conduciendo que la mayor parte de los masculinos animales de bellota que las miraban con infame choteo, o que tocaban innecesaria e injustamente el claxon para que dejaran libre el paso, faltaría más, a los reyes de la carretera. A la cocina, decían. Hembra tenías que ser. Etcétera. Y daba cargo de conciencia verlas zaheridas por analfabetos cenutrios, por groseros tiñalpas que no les llegaban ni al tacón del zapato. Cretinos que ojalá hubieran tenido la mitad de seguridad, de educación y de prudencia al volante de la que esas mujeres mostraban en la carretera.

Qué tiempos aquellos, oigan. Las Marilolis del Seat Panda me ponían blandito por dentro, lo juro, cuando entre los bocinazos, las frenadas y las maniobras agresivas de los varones, las veías conducir acoquinadas, las manos en el volante y los dientes apretados, intentando mantener el tipo con dignidad o salir del embrollo donde la viril agresividad que las rodeaba, tan sobrada ella, las metía cada vez más. O te causaba admiración la firmeza con que otras veces, seguras de sí, persistían firmes en sus trece, respetando la limitación de velocidad, culminando impertérritas la maniobra que las impacientes bestias que consideran suya la carretera procuraban entorpecer con ráfagas de luz y clarinazos. Esa es La Mujer, querido Guatson, decía yo para mis adentros. Mi eriza favorita. Con dos cojones. Les habría pedido que pararan para darles un par de besos, smuac, smuac, de no temer que me interpretaran mal.

Pero de eso hace la tira. Ahora muchas parecen convencidas de que para igualarse a un hombre basta con imitar sus vicios. O tal vez lo que ocurre sea que en el fondo todos, hombres y mujeres, tenemos dentro las mismas taras de agresividad y estupidez, y ahora la vida permite a la mujer exhibirlas con la misma impunidad social que al hombre. En fin. Sea lo que sea, la causa me importa un huevo de palmípedo. El resultado es lo que cuenta. Y el resultado es que ahora ves pasar a doña Marujilla a toda mecha, puuumba, rompiendo la barrera del sonido como si llegara tarde a una cita con Rusell Crowe -que desengáñate, amigo y vecino Marías, es al que de verdad se quieren calzar todas ellas-. O lo que es peor, miras por el retrovisor y te la encuentras allí de sopetón, cielo santo, pegada a tu parachoques como una garrapata y dándote ráfagas de luces o toques de bocina, mec, mec, en plan Correcaminos, para que dejes de tocarle los ovarios y cedas en el acto paso franco, arrojándote a la cuneta si es preciso. Por lo general, esa nueva Maripepa, azote de las carreteras nacionales, tiene entre veintitantos y cuarenta años y muy mala leche. Ya es frecuente verla al volante de coches de gran cilindrada, aunque también se da la variedad de las que arrean con cochecillos pequeñajos e incluso casposos; pero, eso sí, a toda pastilla, o sea, al límite de lo que dan, roooooar, y que en la primera curva, lógicamente, se van a tomar por saco. Esas últimas suelen ser estudiantes o jóvenes de poder adquisitivo medio-bajo, o esposas a las que el legítimo les deja el coche viejo para que no den la barrila, en vez de venderlo cuando se compra el nuevo que sólo toca él. También abunda mucho, en niveles económicos desahogados, la variedad conductora del 4X4: Toyotas, Cherokes y cosas así. Esta clase de torda económicamente solvente acostumbra a llevar niños y/o perros en los asientos traseros; y cuando se pega la hostia, aparte de matar a los niños y/o al perro -ella suele sobrevivir con nariz nueva y collarín, como Rociíto- suele matar a otros, porque esa masa de hierro a ciento ochenta por hora es mucha masa. En cualquier caso, en la carretera, con casi toda clase de coches, la tipa estándar que te tropiezas acostumbra a llevar puestas unas gafas de sol, un cigarrillo en la mano izquierda y un teléfono móvil en la derecha, y de vez en cuando mueve el retrovisor para retocarse el maquillaje, aunque vaya a toda pastilla. Por lo que siempre terminas sospechando, tras lógica deducción eliminatoria, que esas pavas manejan el volante a ciegas, y con los implantes de silicona.

22 de abril de 2010

No hay comentarios: