domingo, 13 de enero de 2002

El beso de Cinthia


La noche es de música, humo de cigarrillos, cerveza Pacifico y tequila en el Don Quijote de Culiacán, Sinaloa. Mis amigos celebran un negocio reciente, y además, como cada día, el hecho milagroso de seguir vivos. Son cinco, de esos que llevan las chamarras puestas como si tuvieran frío en todas partes: bultos sospechosos en la cintura, botas de piel de serpiente, tejanas cien equis, gorras de béisbol de los Tomateras de Culiacán, mucho oro grueso encima. A la entrada, el portero que maneja el detector de metales se apartó con una sonrisa, sin cachearlos. Quihubo, señores. Qué onda. De siete a doce el Don Quijote es territorio narco, y de once en adelante es territorio gay; de forma que, durante una hora, ambas parroquias coexisten sin problemas, reinonas teñidas de rubio y caras morenas y rasgos duros, bigotazos y evidente peligro. Las cervezas caen de veinticuatro en veinticuatro, mientras en el escenario alguien canta «Lo que sembré allá en la sierra», coreado por el público.

- ¿También vas a sacar esto en tu novela, compa?
- A lo mejor.
- Pos me gustaría saber leer, para leerla. Se parten de risa.

Luego la seguimos en el Lord Black. Un téibol. Música discotequera. Hembras de infarto bailando desnudas en la pista mientras caen botellas de Remy Martín. Cada vez que insisto en pagar una ronda y logro que me dejen, la banda magnética de la American Express salta hecha confetti. Estos pinches cabrones, digo en voz alta, se gastan en una noche lo que yo gano en un mes. Pos ganas bien poco, güey, dice uno. Y otra vez se descojonan de risa.

Aparece Cinthia. Llevamos viniendo al Lord Black cinco noches seguidas, y Cinthia es como de la familia. Alta, rubia, un cuerpazo que quita el hipo, en su esplendor absoluto sin trampa ni cartón. Nos baila en la pista, a un metro. Al terminar su número, previo pago de cien pesos, las chicas bajan y le bailan a uno encima, sentadas en sus rodillas o donde se tercie. Por treinta pesos más, el baile es en un reservado. Sólo eso, baile. Desnuditas y en requetecorto, pero baile. Los cuates se invitan unos a otros. Báilale a mi compa, chavita. Y ella te baila durante cinco minutos exactos, que en el reservado son diez. Mis amigos se lo pasan de a madre mandándose chicas unos a otros, y me incluyen en las rondas. Yo hago lo mismo, claro. Báilale al Batman, guapa. O a ese del bigote que se llama Lupe Garza. Cuando llega mi turno, pongo cara de tipo duro y bebo mi coñac sin pestañear, como quien no se da por enterado, mientras las chichotas de la morra se balancean contra mi nariz.

Cinthia se nos para delante, espléndida, los brazos en jarras. Díganle al pinche español que o esta vez me invita a los reservados o le monto un escándalo. En medio del jolgorio general, el Batman saca un fajo de billetes. Pos ándele nomás, mi güera. Que yo invito al señor. Protesto, pero Cinthia me agarra de la mano y todos me empujan y me meten en el reservado y se quedan afuera cantándome «saben que soy sinaloense, p'a qué se meten conmigo». Así que me siento, y Cinthia se sienta en mis rodillas, me pone una teta casi encima de cada hombro y me dice que le cuente cosas de España y si es verdad que escribo libros, y yo le digo vale, te cuento, pero no te muevas, que me vale así, quietecita, sin baile. Que tampoco soy de piedra. Y hablamos un rato como personas, y le pregunto cosas que me interesa saber, y Cinthia me dice que el trabajo allí es sólo provisional, que está ganando mucho dinero mientras estudia para actriz, y que dentro de unos días se irá a Los Ángeles porque tiene un visado para hacer una película. Luego me pregunta si es que no me gustan sus chichis, y le digo que me gustan mucho, que son unas chichis estupendas, y que a lo mejor otro día se las toco un poquito. Luego me pregunta si todos los españoles son tan tímidos y correctos como yo, y le contesto que sí, cantidad, Cinthia. Incluso mucho más. Y me mira raro y sonríe como calculando hasta qué punto le estoy tomando el pelo; y como han pasado los diez minutos me da un beso en la mejilla, un beso estupendo, de verdad de la buena, y salimos afuera, y se va a bailar a otra mesa.

Buena chica, Cinthia, le comento a mis amigos más tarde, cuando vamos en el Grand Marquis rumbo al hotel. Y el Batman, que conduce, se ríe y dice: lástima de todo lo que se mete, con ese cuerpo. Porque esa güera no va a durar mucho ni va a salir de aquí nunca, compa. Se gasta todo lo que gana en pericazos, o que no viste cómo moqueaba la morra, y cuando esté hecha una mierda se la traspasarán a otro tugurio de menos categoría y terminará de cualquier manera, cada vez más bajo, cogiéndose a cualquiera por cuatro pinches pesos. Y yo me digo, recordando el beso de Cinthia, que prefería la historia del visado y la película en Los Ángeles. Y que a veces uno sabe más cosas de las que quisiera saber en esta puta vida.

13 de enero de 2002

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