domingo, 13 de julio de 2003

Esta navaja no es una navaja


Qué cosas. Abro un diario y me topo con un titular inquietante: Menor detenido por matar a una turista. Hay que ver, me digo. Estos menores violentos, enloquecidos por la tele y los dibujos animados. Un chaval es autor del apuñalamiento, sigue la cosa. El menor homicida iba acompañado de un amigo. Porca miseria, pienso. Cada vez tenemos asesinos más jovencitos. Y es que, claro. Con tanto Matrix y tanto videojuego, así anda el patio. Niños psicópatas a troche y moche. Sigo leyendo: Al robarle el bolso y resistirse la mujer, el chaval zanjó el forcejeo con una puñalada. Pues vaya con el chaval, concluyo. Como para disputarle una bolsita de gominolas. Si uno es así de cabroncete en la tierna infancia, imagínate cuando sea mayor. Sigo leyendo, y más abajo me entero de que el menor era de origen marroquí, y ya había sido detenido antes: la cosa viene como perdida en el texto, y es evidente que el redactor, procurando no meterse en jardines racialmente incorrectos, ha situado la nacionalidad y la marginalidad del chaval –en lo de chaval insiste cinco veces– de forma casual, como de pasada. Comprendo esa cautela, aunque sea discutible: si destacar que el niño era marroquí puede interpretarse como asociación facilona de la inmigración con la delincuencia, también es cierto que diluir el dato, o camuflarlo en el texto, es sustraerle al lector una clave para comprender el suceso. Pero, bueno. Asumo que, en estos tiempos, y con lectores que no siempre son capaces de hilar fino, hay que asírsela –observen hasta qué punto refina ser académico de la R.A.E.– con papel de fumar.

Total. Abro otro periódico y me encuentro una foto del chaval. Quiero decir del menor. Y el niño, que sale esposado, es un pedazo de moro más alto que los policías que lo trincan. Diecisiete años, dice el pie de foto. El nene. Interno en un reformatorio para menores con delitos graves, once meses por robo con intimidación, disfrutando del cuarto permiso de fin de semana. Lo demás, rutina: Madrid, dos jóvenes navajeros al acecho, una turista paseando –delante del palacio de las Cortes, por cierto, lugar peligroso de cojones–, tirón del bolso, la turista que no se deja, cuchillada, tanatorio. Suceso habitual en una ciudad, como en otras, donde la madera, escasa de medios y personal, maniatada por la infame lentitud de la Justicia y por el miedo a que los apóstoles de lo conveniente confundan eficacia y contundencia razonable con exceso policial, prefiere tocarse los huevos a complicarse la vida. Lo que me preocupa es que, en vez de limitarse a contarlo, y punto, diciendo que dos navajeros peligrosos acaban de cargarse a otra guiri, el redactor en cuestión, o sus jefes, o el director de su periódico, tengan tanta jindama a que los tachen de intolerantes y de racistas y de incitar a sus lectores a desconfiar de los inmigrantes, que prefieren marear la perdiz con circunloquios, rodeos y pepinillos en vinagre, repitiendo veinte veces lo de chaval, y pasando de puntillas por el origen marroquí.

Escamoteando que las palabras delincuente e inmigrante, cuando van juntas, son uno de los principales problemas de seguridad en ciertas ciudades españolas. Y no porque los emigrantes sean delincuentes, ojo, sino porque nuestro egoísmo e imprevisión complican mucho las cosas. En el caso de los numerosos jóvenes marroquíes que cruzan el Estrecho, por ejemplo, pocos se ocupan de atenderlos, evitando que se busquen la vida a su aire. Y olvidamos que un inmigrante marginado y sin trabajo puede volverse muy peligroso en una sociedad opulenta, confiada en sus derechos y libertades, tan ostentosa y estúpidamente consumista como la nuestra, que él, con diferentes valores y afectos, no considera suya, y a la que ve como lugar hostil o territorio a depredar. Como un coto de caza lleno de tentaciones. Negar eso, disimularlo como si origen, cultura y ubicación social no tuvieran nada que ver, es alimentar el problema. Ni los inmigrantes deben ser acosados y expulsados, como dicen los cenutrios malas bestias, ni todos son angelitos negros de Machín. Tenga diecisiete o cuarenta años, tan hijo de puta es un navajero nacido en Badajoz como el que nace en Tetuán. Y lo históricamente probado es que una democracia se suicida cuando, en parte por culpa de los explotadores, los demagogos y los imbéciles socialmente correctos, los animales de la ultraderecha intransigente llenan sus mítines de votantes hartos de que los apuñalen para robarles el bolso.

13 de julio de 2003

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