domingo, 6 de noviembre de 2005

Manitas de ministro

Me gustan las ventas de carretera españolas, las de toda la vida, tanto como detesto los autoservicios gigantescos o las vitrinas refrigeradas y el café en vaso de plástico de algunas gasolineras modernas. Ahora, con las autovías, muchas ventas han desaparecido o quedan lejos de las rutas rápidas habituales, pero sigo prefiriendo, cuando puedo, perder media hora para meterme por una carretera secundaria o una vía de servicio y recalar en alguna de las que siguen abiertas, ya saben, camiones aparcados delante, llaveros con el toro de Osborne, perdices disecadas, carteles de fútbol y fotos de toreros, cedés de Bambino y de la Niña de los Peines, botas de vino Las Tres Zetas y cosas así, con la sombra de Trocito y de Manolo Jarales Campos moviéndose por la mesa del rincón. Y también –o quizá sobre todo– me gusta la clientela que frecuenta esos lugares: camioneros despachando el menú del día, trabajadores del campo o la industria cercana, algún putón rutero tomando algo entre dos servicios, y la pareja de picoletos que dice buenas tardes y pide dos cafés con leche. Lo clásico. 

Es mediodía y acabo de entrar en uno de esos sitios. Venta murciana común: longanizas y morcillas colgadas del techo, y los currantes de la carretera y de los campos cercanos despachando, en mesas con manteles de papel, el menú del día. Una como aquella de la que les hablaba hace tiempo en esta página, cuando oí al dueño comentar con dos parroquianos: «Venga ya, hombre. A mí me va a decir el veterinario si el cochino está bueno o malo». Al cochino me dedico también esta vez, por cierto. Morcón, longaniza frita, dos dedos de vino con gaseosa. Con o sin veterinario, el gorrino está de muerte. Por eso nunca me haré musulmán, me digo. Muchas huríes y mucha murga, pero no hay cerdo en el Paraíso. 

El caso es que estoy despachando lo mío, y entre dos bocados miro alrededor. Las mesas y la barra las ocupan trabajadores reponiendo fuerzas. Me refiero a trabajadores de verdad: camioneros de manos endurecidas por miles de kilómetros de volante, cuadrillas de agricultores, operarios de maquinaria rural, albañiles de una obra próxima. Gente así. Llevan la cara sucia, el pelo polvoriento, las botas o las zapatillas gastadas, la ropa ajada. Entre ellos, hombro con hombro en las mesas, algún negro, algún indio, algún moro. Currantes, en una palabra. Comen inclinados sobre los platos, con las ganas de quien lleva muchas horas sin parar más que para echarse un pitillo. Y huelen bien. Como debe ser. Huelen a sudor masculino y honrado, a ropa de faena, a caretos en los que despunta la barba de quien se levantó temprano y lleva muchas horas de tajo. Huelen, en fin, a hombres decentes y hambrientos, embaulando con apetito, concentrados en el plato y la cuchara. De vez en cuando levantan los ojos para mirar el telediario, donde una panda de golfos con corbata, que no han trabajado de verdad en su puñetera vida, hacen declaraciones intentando convencer a toda España de que la realidad no está en la calle, sino en otra España virtual que ellos se inventan: el infame bebedero de patos que les justifica el sueldo y la mangancia. De nación, me parece que hablan hoy, discutiendo graves el asunto. Manda huevos. De nación, a estas alturas. Y yo miro alrededor y pienso: qué tendrá que ver una cosa con la otra. Qué tendrá que ver lo que se trajinan esos charlatanes, esos cantamañanas y esos hijos de la gran puta –las tres categorías más notorias de político nacional– con la realidad que tengo enfrente. Con esta gente que come su guiso antes de volver al tajo. Con sus sueños, sus esperanzas, sus necesidades reales. Con las familias a las que llevarán la paga a fin de mes. 

En ésas estoy, como digo, masticando longaniza, cuando escucho la respuesta. Viene de la mesa más próxima, donde el ventero, lápiz y libreta en mano, cuenta a cuatro hombres de aspecto rudo y mono azul lo que hay de segundo plato: filete a la plancha con patatas fritas, conejo al ajillo o manitas de cerdo estofadas. A elegir. Y uno de aquellos hombres mal afeitados, de manos toscas y uñas sucias de grasa, mientras rebaña con pan los restos de un guiso de habas, patatas y pescado, dice sin levantar la cabeza: «A mí ponme las manitas de ministro». Luego sigue comiendo muy serio. Y nadie se ríe. 

6 de noviembre 2005 

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Desde tiempos inmemoriables el hombre domina al hombre para perjuicio suyo...o para beneficio. Según qué hombre miremos.
A más de uno se le podría atar como en un redondo para guisar- sea dicho, ya que de guisos va el tema- lengua y manitas, utilizando la corbata como útil y ruego a mi amado padre que haga el nudo. Un triple marinero con tirabuzón carpado. Balbucerían...pero qué mas da! Para lo que dicen es mejor "asin".

Juan José Pintado dijo...

Buenos días Arturo, soy un cartagenero de tu edad que vive en Madrid ya alrededor de treinta años.
Coincido plenamente con tu articulo:
tanto en el tema principal (esta vergüenza de chorizos e inútiles que sufrimos, que explota a ese puñado de gente honrada que trabaja y describes tan maravillosamente -se llega a oler el ambiente y el ruido-,
como en los de las ventas, yo hace años paraba hasta en la del "olivo". ¿Recuerdas? la de los huevos duros...
Continuo comiendo, al menos dos veces al año (Semana Santa y Verano) en el Abasto (La Aparecida),...
En fin, ya sabes...
Sigo tus artículos con asiduidad.
Saludos.
Juan José Pintado

Unknown dijo...

Excelente articulo. Una descripción correcta de la sociedad trabajadora española y de los políticos que viven del cuento.

L.N.J. dijo...

Y esas fotografías de camioneros que cuelgan de paredes de bares que usted dice y que quedan apartadas por las nuevas vías, esas fotografías de miles de kilómetros y de muchas historias.
En algunas conservan una radio antigua, donde escuchar una música donde la melodía suena casi en el fondo de una tinaja que adorna un rincón parece otro tiempo; otro, menos ese que nos lleva al que parece estar muy por encima de nosotros: los insoportables y miserables políticos.

Es un placer,

saludos.

Pepe Marín dijo...

Sr. Reverte, ha acertado usted de pleno con su articulo. Soy comercial de toda la vida, -me contemplan ya 62 "tacos"- y esa escena que describe la tengo muy vivida y contemplada.

La realidad no se ajusta a las ruedas de molino con las que nos quieren hacer comulgar esta panda, o mejor dicho, "BANDA" de politicuchos del tres al cuarto, que lo único que saben hacer es berrear consignas estúpidas para estúpidos. Por mi edad estoy un poco a vuelta de todo, pero aún y así, todavía me impresiona la cara dura que le echan estos mequetrefes que no conocen la realidad de lo que es España y los Españoles. Me gustaría saber donde hacen esos cursos de iniciación rápida al engaño y la estafa, mas que nada, para dedicarle a su director una sonora ovación, ya que ha logrado su propósito, hacer que unos "chorizos" se cuelen en los entresijos de la política y logren desestabilizar a todo un Estado con mentiras y engaños.

Atentamente. Un fiel seguidor suyo.

Victoria dijo...

Siempre es un auténtico placer leer sus artículos, Sr. Reverte.
Es un baño de realidad, de frescura, una lección de buen uso del castellano, con tacos incluídos.
Mientras haya periodistas, escritores y gente con críterio y capacidad de crítica...No todo estará perdidoo...
Enhorabuena

Unknown dijo...

Pues bien, dicha metáfora o eufemismo, la escuche de voz del camarero y propietario de un bar, junto a la antigua estación de autobuses, de vitoria, donde paraban gentes de paso y fonda, y donde todos sabiamos que el menu era suculento y abundante.

El plato era habitual en su carta, por lo que podías escucharlo casi a diario con igual parsimonia y dedicado entusiasmo.

De esto debe hacer unos 15 años, por lo que se
deduce que las manitas tienen titulo dedicado y espacio en las comandas tiempo a.

(perdón por la escasez de acentos, pero las reclamaciones podéis dirigirlas a la memoria de steve jobs)