domingo, 7 de noviembre de 2010

Cagadas de rata en la paella

Tiene guasa, Tomasa. El Gobierno británico de Su Graciosa Majestad «aunque, gracia de verdad, la que tiene su vástago el Orejas» anunció que no desplegará más efectivos de su Armada en Gibraltar, pese a la petición del ministro de la colonia, Peter Caruana. La Royal Navy ya está presente de sobra en el pedrusco, declaró un portavoz del Foreign Office; así que mandar más barcos está de plus. Punto. Así quedó la cosa. Pero medios del ministerio español de Exteriores manifestaron acto seguido su satisfacción, alabando la prudencia británica. Su buen rollito de compis. Al amigo Caruana, vinieron a decir, le hemos dado en el cielo de la boca. Otro éxito. Eso ocurrió días antes de que al ministro Moratinos se lo fumigara la última remodelación ministerial; que, por cierto, confirmó otra vez que los políticos españoles se van siempre de rositas, sin que nadie les pida cuentas por el desparrame que dejan atrás. Moratinos, cruce de osito Mimosín y abeja Maya, es un ejemplo perfecto, pues ha sido el responsable de Exteriores más claudicatorio y nefasto desde Gómez Labrador, aquel torpe con quien nos la endiñaron hasta las amígdalas en el congreso de Viena. Pero el otro día, cuando lo cesaron, oí decir a Moratinos que se iba «muy satisfecho» de su gestión. Y encima se puso a llorar. Con lagrimones. Se fue tal cual ejerció de ministro: claudicante y blandito. 

Por lo demás, y volviendo a Gibraltar, sobre la sucesora de Moratinos, doña Trinidad Jiménez, todavía no tengo juicio formado. Igual resulta una fiera implacable que, por ejemplo, le introduce al cantamañanas del embajador venezolano en España el código de urbanidad diplomática por el ojete. Pero no creo. Lo que sí me pregunto «y le pregunto a ella, de paso, ahora que se estrena como canciller» es para qué diablos quiere Peter Caruana más barcos de la Navy en Gibraltar. Como se viene demostrando desde hace tiempo, a la policía gibraltareña le bastan un par de modestas lanchas para defender sus aguas territoriales con extrema eficacia. Digo sus aguas territoriales, no porque crea que deban serlo, sino porque en la práctica lo son. Y es así porque los gibraltareños se las han ganado a pulso, aprovechándose con inteligencia y oportuna chulería de los trenes baratos y de las cagadas de rata en la paella. Es simple verdad histórica que las cosas, las tierras, las aguas, las fronteras, son de quienes se las apropian y luego las defienden como gato panza arriba. Por eso sugería hace unos meses en esta misma página «Gibraltar inglés, tal vez recuerden el artículo» dejarnos de adornos y reconocer que España, con o sin Moratinos, que era un mandado, es ahora más que nunca el payaso de Europa; y que el Estado, sometido a demolición sistemática, con sus ciudadanos en perpetua indefensión, no está capacitado para reivindicar ni defender un carajo de nada, léase Gibraltar, Ceuta, Melilla, Córdoba o Matalascañas. 

Y que por eso, entre otras muchas cosas, el Peñón pertenece a quienes desde hace tres siglos lo defienden con tesón y eficacia: los llanitos y sus cínicos compadres, los ingleses. Lo demás son milongas. Por supuesto que Gibraltar tiene aguas territoriales: las que se ha ido atribuyendo con la complicidad infame de las autoridades españolas y la cobarde inhibición de los ministerios de Exteriores y de Interior, que llevan toda la puta vida «también en tiempos del Pepé y el amigo Ánsar, cuando no todo el monte fue perejil» permitiendo sin mover un dedo que la Guardia Civil y el Servicio de Vigilancia Aduanera sean acosados, vejados y expulsados de aquellas aguas. Tragando día tras día, poniendo buena cara y sonrisa estúpida a un rosario de humillaciones y desplantes que llegan ya a la violencia física y los golpes entre embarcaciones. Y cada vez, cuando los desamparados agentes españoles solicitan instrucciones para actuar, la respuesta «cuando llega, porque muchas veces hay silencio» es siempre la misma: retirarse, evitar incidentes, dejar el campo libre. Y de la marina de guerra española «dicho sea lo de guerra sin connotación bélica, naturalmente, sino afectuosa y humanitaria en plan Heidi», ni hablamos. Ocupadísima en el Índico, o en el quinto carajo, con ese portaaviones que acabamos de botar, el Juan Carlos Primero o como se llame. ¿Se la imaginan en la bahía de Algeciras o frente a Punta Europa, afirmando el pabellón? A ésa, ni está ni se la espera. Así que díganme para qué necesita Gibraltar más Armada Real. A los llanitos les basta una zódiac de goma con parches como las que usan los contrabandistas, un walkie-talkie y una bandera inglesa para dar por saco de Sotogrande a Tarifa. Porque pueden. Porque saben. Porque, con Moratinos o sin él, hace trescientos años que le tienen tomado el pulso a esta España acomplejada y llorona. 

7 de noviembre de 2010 

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